En esta Encíclica, el Papa proclama un Año Mariano con el propósito de destacar la singular presencia y cooperación de la Virgen María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, siguiendo la línea del Concilio Vaticano II. Este año especial busca promover una renovada espiritualidad mariana, enraizada en la tradición y vivida en las diversas culturas cristianas del mundo. La devoción a María es presentada como un camino eficaz de fidelidad al Evangelio y de preparación espiritual para el final del segundo milenio cristiano. Además, el Año Mariano adquiere una dimensión ecuménica al recordar celebraciones compartidas con los cristianos orientales, subrayando que, a pesar de las divisiones históricas, María sigue siendo un punto de comunión entre las Iglesias.
En la conclusión, el Papa reflexiona sobre el misterio de la Encarnación y el papel de María como Madre del Redentor, cuyo «sí» a Dios dio origen al cambio esencial en la historia de la humanidad: la posibilidad de redención y de levantarse del pecado. La antífona litúrgica invocando su ayuda —«socorre al pueblo que sucumbe y lucha por levantarse»— resume el clamor de toda la Iglesia y de la humanidad frente a sus caídas. María es vista como presencia maternal constante en la historia, especialmente en momentos de crisis, guiando al pueblo de Dios en su lucha entre el bien y el mal, y sosteniéndolo con esperanza hacia la plenitud prometida por Cristo.