En este texto se explica cómo San Ignacio de Loyola desarrolla en la Segunda Semana de los Ejercicios Espirituales un discernimiento más fino y profundo que el de la Primera Semana, centrado en la detección de las mociones del alma bajo la apariencia del bien. Mientras que en la Primera Semana las tentaciones son burdas y evidentes, propias de quien apenas comienza el camino espiritual, en la Segunda Semana el enemigo se disfraza de “ángel de luz” para engañar a los más adelantados. San Ignacio propone herramientas claves como el discernimiento por connaturalidad, la observación del impacto afectivo de las mociones y la vigilancia constante sobre el curso de los pensamientos, especialmente en lo que respecta a la “consolación sin causa” que solo puede venir de Dios.
Además, San Ignacio introduce la “verdadera alegría” como criterio central para discernir la acción del Espíritu de Dios. Esta alegría, que da plenitud, paz y dinamismo espiritual, se distingue de las falsas alegrías humanas o engañosas por ser limpia, profunda y transformadora, y por estar siempre orientada hacia el bien mayor y el servicio a Dios. Esta alegría espiritual se relaciona íntimamente con la experiencia de la Resurrección y la consolación, y se convierte en una brújula interior que guía al ejercitante en su camino hacia una vida más plena y conforme a la voluntad divina.