Las catequesis del Papa San Juan Pablo II destacan el papel singular y fundamental de la Virgen María en el nacimiento y crecimiento de la Iglesia, especialmente en su íntima relación con el Espíritu Santo. En el Cenáculo, María no solo está presente con los Apóstoles, sino que ora con ellos, esperando la venida del Espíritu. A diferencia del resto, ella ya había vivido una experiencia única del Espíritu Santo en la Anunciación, lo que le permite desear con mayor fervor su nueva efusión en Pentecostés, ahora con una misión espiritual: ser Madre de la Iglesia. Su presencia fortalece la unidad, anima la fe de los discípulos y hace fecunda su maternidad espiritual, colaborando activamente en la formación y expansión de la comunidad cristiana.
Además, María es modelo de la santidad a la que está llamada toda la Iglesia. Preservada del pecado original y plenamente dócil al querer de Dios, su vida se convierte en referencia para los creyentes en su esfuerzo por alcanzar la perfección cristiana. María enseña a la Iglesia a vivir en fe, esperanza y caridad, guiándola con su ejemplo en el seguimiento de Cristo. Su presencia discreta pero activa en la primera comunidad apostólica y su influencia espiritual permanente hacen de ella no solo Madre de Cristo, sino también Madre de los creyentes, intercesora poderosa y modelo de santidad, oración y comunión eclesial.